jueves, 6 de octubre de 2011

Soledad DeTomas Transtrômer

Traducción del sueco: Sergio Badilla Castillo


"Aquí estuve a punto de morir una noche de febrero.
El auto patinó de costado en el suelo resbaladizo fuera
en el lado equivocado del camino. Los autos que venían -
sus lámparas – se acercaron demasiado.

Mi nombre, mis hijas, mi trabajo
se desencajaron y se quedaron en silencio atrás,
cada vez más lejos. Yo era anónimo
como un niño en el patio de recreo rodeado de enemigos.

El tráfico en dirección contraria tenía inmensas luces.
Me alumbraron mientras yo maniobraba y maniobraba
en un temor transparente que flotaba como clara de huevo
.
Los segundos aumentaron – tuve lugar allí -
se hicieron tan enormes como edificios de hospital.

Casi uno podía quedarse
y respirar por un tiempo
antes de ser aplastado.

Luego surgió un amparo: un grano de arena salvador
o una ráfaga de viento. El auto partió
y se arrastró rápidamente a través del camino.
Un poste fue chocado y se quebró - un retumbo agudo –
Voló en la oscuridad.

Hasta que se aquietó. Me quedé sentado en sosiego
y ví cómo alguien vino a través de la borrasca de nieve
para ver qué fue de mí.

II

He vagado largo tiempo
por los campos congelados de la Gotlandia del Este.
Ningún individuo ha estado a la vista.
En otras partes del mundo
hay algunos que nacen, viven, mueren
en un constante gentío.

Estar siempre visible - vivo
ante un enjambre de ojos -
debe dar una expresión facial determinada.
La cara cubierta de barro
.

El murmullo sube y baja
mientras se reparten entre ellos
el cielo, las sombras, los granos de arena.

Tengo que estar solo
diez minutos por la mañana
y diez minutos por la tarde.
- Sin programación.

PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2011

 Tomás Tranströmer

Tranströmer, el dulce piano de las palabras

La Academia destaca «sus imágenes condensadas y translúcidas, que dan un acceso fresco a la realidad». Tras recibir la noticia, el propio poeta sueco, de 80 años y aquejado de afasia, comentó: «No creía que podía llegar a vivir esto»

Día 07/10/2011-DEABC.es
Cualquier poema de Tomas Tranströmer puede servir para ejemplificar el modo en que el poeta sueco se enfrenta con la realidad, un modo de servir a ésta que es parte y condición de su vida. Hay uno, «Góndola fúnebre, Nº 2», donde describe a un maestro despojado de su reino, Franz Listz y a otro maestro, futuro vidente de una nada irremediable, su yerno, Richard Wagner, en Venecia mientras la esposa, cual rey Midas mismo, transforma en Wagner todo lo que toca, haciendo oro del mismo.
El poema, estremecedor, mantiene al lector del mismo apegado a una realidad que es transparente en sus contornos pero que, a medida que se despliega ante uno, va adquiriendo un aire de sutil inquietud, de perversidad a veces, de horror, también. No es fácil encontrar ahora poetas de la talla de Tranströmer, y, sobre todo, que hayan tenido experiencia de vidas derivadas y hayan sabido transfigurarlas en una metáfora del paso del hombre sobre la tierra. En la antología de buena parte de su obra que publicó Nórdica el pasado año en traducción de Roberto Mascaró, «El cielo a medio hacer», hay un texto autobiográfico, «Los recuerdos me miran, Visión de la memoria», que es un tesoro, por raro, sutil y verdadero, pero esa concentración de que hace gala se aviene mal con las fechas y las cifras, los recuentos casi burocráticos de una vida.
Sin embargo, en este hombre esos recuentos tienen importancia. Perteneciente a la generación intelectual europea de posguerra, nació en Estocolmo el 15 de abril de 1931, una generación con unas características comunes que le acerca a sus colegas alemanes, polacos o franceses, la vida de Tranströmer ha sido la de un intelectual nórdico para quien la plaza pública acontece en los confines de la mente. Esa manera de percibir las cosas no proviene sólo del clima sino del ánimo puritano y tiene la ventaja de que el espíritu no se deja arrebatar de inmediato por aquello que le muestran los sentidos. De ahí esa facilidad para recorrer los lindes imprecisos de la realidad que en puridad acontece en cualquier artista veraz. Es probable que sus estudios de psicometría le acercaran a percibir la corta distancia que separan las percepciones psíquicas que llamamos normales de las que rechazamos, Estuvo trabajando en el departamento de psicometría de la Universidad de Estocolmo en el año 1957, pero creo que en la conformación de gran parte de esa condensación de la percepción que tiende a recorrer los límites imprecisos en que la realidad parece diluirse, le vino por su experiencia en los sesenta como psicólogo en la prisión para jóvenes de Roxtuna.
De hecho esa percepción aparece y de manera rotunda en su primer libro, «Diecisiete poemas», publicado en 1954 y que supuso un revulsivo para la cultura sueca del momento. Luego, cada vez más aquilatada, más concentrada, esa visión se desplegó en múltiples libros, desde «El cielo a medio hacer», a «Para vivos y muertos», el espléndido «Góndola fúnebre», hasta llegar a la densidad de su último libro, «Haikus y otros poemas», en el que esa destilación en que la palabra designa justo el límite de lo cognoscible llega a sus máximas cotas pues tenemos la fortuna de que el poeta, aquejado de un ictus que le dejó sin la facultad del habla en 1990, puede escribir.
En España, gracias a la labor de Roberto Mascaró, que comenzó a traducir a nuestra lengua la obra de Tranströmer en Uruguay, se han publicado algunos libros que ofrecen al lector la oportunidad de tener una visión justa de la obra del poeta sueco. «Para vivos y muertos», una antología, fue publicada por Hiperión en 1991. Luego siguieron la antología, muy completa, «El cielo a medio hacer», publicado el pasado año por Nórdica y que incluye ese famoso pasaje autobiográfico, y ahora, de nuevo por Nórdica, «Deshielo a mediodía».
Tranströmer, por esa experiencia con la realidad que tiende a lo universal, muestra que la lengua no es impedimento insuperable para la comprensión cabal del poema. Un legado impagable para el lector español.