viernes, 3 de agosto de 2007


Gabriel García Márquez

Para la muerte de Albaniña

Y pensar que todo -Albaniña- estará alguna vez habitado por la muerte. Que esa cálida madurez de tu piel, que hace bajar el tacto hasta el abismo del desasosiego, está siendo empujada cada día, cada hora, hacia la niebla de ignoradas comarcas. Que este orden de cosas naturales que hace de ti y del aire y del agua y los pájaros, claros volúmenes para la vendimia de los sentidos, es materia dispuesta para el cautiverio de la ceniza y substancia de sabor grato al paladar de la tierra.
Ha de venir una mañana en que los caminantes se sorprendan, cuando todos los pájaros enmudezcan de pronto, cuando detenga la naturaleza su secreto ritmo de creación diaria, y acaso no comprendan que es llegada la hora en que tú has vuelto a encontrarte con tu nombre, más allá de tus huesos. Y una tarde como ésta regresarán los bueyes del arado con las cuchillas alumbradas de una amorosa claridad, y todos preguntarán si hay estrellas sembradas, sin saber que eres tú, que ya estás bajo el surco aventando las semillas. Y un domingo cualquiera doblarán las campanas con bronce estremecido, y preguntarán los niños asombrados quién ha muerto en domingo, sin saber que eres tú -Albaniña- que aún te sigues muriendo en todas sus preguntas.
Ese día preguntarán los árboles a sus raíces cuándo ha de pasar por su enterrado cauce el vidrio de tus ojos, para que sea más limpia y más pura la luz de las naranjas. Y los muertos suspenderán por un instante la profunda tarea de convertirse en polvo, para colaborar en la fabricación subterránea de esa hierba menuda y apretada donde va a reposar el peso de tu muerte.
Porque a esa hora, cuando todos los seres aspiren a convertirse en hombro para hacer más liviano y menos duro el madero de tus andas, alguien hará girar la llave del tiempo y con tus párpados será cerrado el transcurso de la creación.
Será esa la hora en que escampe sobre el río la insistente llovizna del sauce y se detenga en la mitad del vuelo el ala turbia de su funeraria estación, abierta desde el principio del mundo. Y será la hora en que la espiga suspenda su viaje vertical y minucioso hacia la altura del grano, porque a la noticia de tu muerte no nacerán las cosechas y quedará su cordón vegetal atado para siempre a la matriz del surco.
Cuando eso acontezca -Albaniña- todos sabremos que la muerte ha empezado a habitar tu hermosura y que se ha torcido para siempre el rumbo maravillado de tus huesos.


De TEXTOS COSTEÑOS I
Obra Periodística de los años 1948 a 1950
BIBLIOTECA GARCÍA MÁRQUEZ
EDITORIAL SUDAMERICANA