viernes, 19 de febrero de 2010

de : revistaarchivosdelsur.blogspot.com


A los ochenta y dos años murió el miércoles pasado la escritora argentina Martha Mercader. Había nacido el 27 de febrero de 1927. La conocí en el Café La Biela, en las reuniones que organizaba la escritora María Esther de Miguel los sábados por la mañana. De muy joven había leído sus novelas y la admiraba: Juanamanuela mucha mujer – novela histórica que fue best-seller - , Solamente ella, Belisario en son de guerra, entre otros muchos libros. Su libro más autobiográfico se titula “Para ser una mujer”. Estudió para profesora de enseñanza media de inglés y traductora pública nacional.
Martha Mercader fue además de docente, periodista y guionista de radio y televisión.
Entre 1993 y 1997 fue elegida diputada nacional por la Unión Cívica Radical.
Se había casado en un primer matrimonio con el español Nicolás Sánchez Albornoz con quien tuvo un hijo y una hija, y de quien se divorció años después. También ejerció el cargo de Directora de Cultura de la Provincia de Buenos Aires entre 1963 y 1966.
Años más tarde fue designada como directora del Colegio Mayor Nuestra Señora de Luján de Madrid, dependiente del Ministerio de Educación de la Argentina por el Gobierno de Raúl Alfonsín.
Siempre se mostraba interesada por los temas relacionados con la mujer, los derechos de las mujeres y la actualidad política nacional e internacional.
Sin duda se fue una escritora argentina destacada, una dolorosa pérdida para las letras argentinas.

© Araceli Otamendi
nota: la fotografía de Martha Mercader me fue dada por la escritora especialmente para la publicación en la revista Archivos del Sur del homenaje a María Esther de Miguel


Publicado por Araceli Otamendi en 12:25
Etiquetas: escritoras argentinas, Martha Mercader

at Stella Netri

Quiero compartir este fragmento con ustedes; pertenece al blog "el mundo incompleto", de la poeta Irene Gruss.

Cariños, stella.


Edith Wharton (EEUU 1862-FRANCIA 1937
Una mirada atrás
(fragmento)
La vejez no existe; sólo existe la pena. Con el paso del tiempo he aprendido que esto, aunque cierto, no es toda la verdad. Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora día tras día, primero por negligencia, luego por inclinación, y al final por inercia o cobardía. Afortunadamente, la vida inconsecuente no es la única alternativa, pues tan ruinoso como la rutina es el capricho. El hábito es necesario; es el hábito de tener hábitos, de convertir una vereda en camino trillado, lo que una debe combatir incesantemente si quiere continuar viva. Pese a la enfermedad, a despecho incluso del enemigo principal que es la pena, una puede continuar viva mucho más allá de la fecha usual de desintegración si no le teme al cambio, si su curiosidad intelectual es insaciable, si se interesa por las grandes cosas y es feliz con las pequeñas. Mientras ordenaba y escribía mis recuerdos, he aprendido que estas ventajas no dependen generalmente de los méritos propios y que es probable que yo deba mi vejez dichosa al antepasado que accidentalmente me dotó de tales cualidades. Otra ventaja (igualmente accidental) es que yo no recuerdo por mucho tiempo mis enfados. Raramente olvido una ofensa a mi espíritu, ¿quién la olvida? Pero la vida la recubre con un rápido bálsamo, y queda registrada en un libro que raras veces abro.