jueves, 1 de abril de 2010

Acuarela (acuarela@steel.com.ar)

 BAIGORRIA, la Cultura y su Pueblo.CONVOCA a poetas de Argentina‏
Trae tus tarjetas y fotocopias de poemas o plaquetas que tengas para intercambiar con los hermanos poetas del país, el ágape es al atardecer, empezamos a las
17.30hs - Café Literario. Tertulia literaria, lectura de poemas de poetas de Argentina,presencia de integrantes del Club de Poetas Baigorria y Sociedad Argentina de Letras, Artes y Ciencias.Entrega de certificado de asistencia y reconocimiento.
Coordina :Favio Ceballos (Lugar: Casa de la Cultura de la Estación de trenes, Rivadavia y Buenos Aires)Baigorria te convoca a participar del:
“1º Encuentro de la Cultura y su Pueblo”
Gran expectativa en la ciudad para el Encuentro que se desarrollará los días 9 y 10 de abril, y que convocará a artistas de todo el país.
CRONOGRAMA
Viernes 9 de abril
14hs – APERTURA OFICIAL, Conferencia de Prensa y distinción a la Agrupación Gaucha La Tacuara en su 21º aniversario. (Lugar: Casa de la Cultura)
15hs – Visita al Jardín Nucleado Nº 162 “Camino de los Granaderos”, estarán presentes dos Granaderos. Disertante Víctor Nardielo.
16.30hs – “El Camino de los Granaderos”, exposición a cargo de Antonio López. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
17hs – “Historia de Nuestro Pueblo”, por Raúl Zavattero. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
18hs – Proyección actual de la ciudad “Conozcamos Granadero Baigorria”, a cargo de la Secretaría de Obras y Servicios Públicos de la Municipalidad. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
19hs – “Yupanqui… luz y misterio”, por Augusto Berengan, músico e historiador jujeño. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
20hs – Música y proyección de imágenes de artistas de la región. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
21hs – APERTURA DEL ESCENARIO, peña abierta, se presentarán músicos locales y de todo el país, con la conducción de Raúl Carlantini y Juan José Gaggetta. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires
Sábado 10 de abril
10hs – Mateada en “Casa de la Cultura”. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
11hs – Marcha de Instrumentos y posterior bendición. (Lugar de partida: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
15hs – Banda de Sikuris del Monumento, taller a cielo abierto. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
16hs – Danzas Argentinas, a cargo de Toño Rearte. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aire
17hs – Ética de la Difusión, a cargo del periodista José Luís Torres. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
17.30hs - Café Literario. Tertulia literaria, lectura de poemas de poetas de Argentina,presencia de integrantes del Club de Poetas Baigorria y SALAC Baigorria
coordina Favio Ceballos (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
18.30hs – Orientación Profesional para Músicos, por Claudio Pereyra. (Lugar: Casa de la Cultura, Rivadavia y Buenos Aires)
21hs – Obra “El Patio de Vitillo Ávalos”.
Entrega de certificado de asistencia y reconocimiento.
GRAN CIERRE DEL 1º ENCUENTRO DE LA CULTURA Y SU PUEBLO.
Área de Prensa - mensajes(0341) 155497063
Reseña histórica y agradecimiento
Los días viernes 9 y sábado 10 de abril se llevará a cabo, en Casa de la Cultura de calle Rivadavia y Buenos Aires el 1º Encuentro de la Cultura y su Pueblo. El evento reunirá a POETAS, Músicos, ACTORES, PINTORES Y FIGURAS DEL ARTE Y ESPECTÁCULO NACIONAL.
También se darán sita investigadores, difusores e historiadores de nuestra cultura. Se conmemorará el 121º Aniversario de la Fundación del Pueblo Paganini y desde que el Escribano Lisandro Paganini lo fundara llevando su nombre por más de 60 años hasta el inicio de 1950 cuando por decreto emanado del Gobierno Provincial de Santa fe, se le dio la denominación actual de ciudad Granadero Baigorria, en homenaje al valiente granadero Juan Bautista Baigorria que heroicamente salvó la vida de Don José de San Martín en la histórica y decisoria Batalla de San Lorenzo .
Baigorria fue desarrollándose a orillas del río Paraná y su progreso a la vera de las vías del ferrocarril con tesón y trabajo, los primeros inmigrantes, dedicados a la agricultura incrementaron el patrimonio cultural del primitivo poblado.
La convocatoria es en Casa de la Cultura, aquella Estación del Ferrocarril que albergará a visitantes de todo el país. Un encuentro que la ciudad anhela desde hace muchos años y señalará a Baigorria en el contexto del CordónCultural del litoral y la nación Argentina. Aprovechamos la oportunidad para agradecer al escritor Juan Carlos Bruselario y al Sr. Rodi Bono por proponer e impulsar este proyecto a la Secretaría de Gobierno y cultura Baigorria.
Destacamos la presencia de los integrantes de la “Fundación Atahualpa yupanqui”, quienes harán una exposición fotográfica y de objetos del hombre que conmovió cantando a su tierra y al mundo. La misma, incluye también, cine y video sobre la vida y obra de Atahualpa Yupanqui.

AT. LUIS AZAMOR

Raúl de la Torre

Creador artístico, dirigió cine, compuso música, escribió...
El 19 de Marzo (¡justo el aniversario de Zárate,!) próximo pasado falleció en la ciudad de Buenos Aires.
Su nombre está ligado a la cultura nacional y reflejó algunos aspectos de su ciudad natal con su arte.
Su apellido tiene un peso propio en Zárate, al punto que una calle de la ciudad se llama "de la Torre".
Zárate y la visión amable de Raúl de la Torre sobre la ciudad: vamos a compartir la presentación
que escribiera Raúl de La Torre para el libro de la Colección "Nuestra Historia":
"HISTORIAS DE FAMILIAS. LOS DE LA TORRE. LA QUINTA JOVITA" ,
obra de Sergio Robles (Presidente de SADE N. E. Pcia. Bs. As.) y de Silvia Baccino
(Revisora de Cuentas SADE N. E. Pcia. Bs. As.)


COLECCIÓN “NUESTRA HISTORIA” HISTORIAS DE FAMILIAS. LOS DE LA TORRE - LA QUINTA JOVITA

PRESENTACIÓN (Raúl de la Torre)
Aquellos que lean estas notas no podrán imaginar cómo el llamado a hablar de mi familia paterna me ha movilizado tantas cosas, lejanas, profundas y constantes en mi vida. Porque quienes me conocen de cerca saben que me he criado muy Di Pietro, la vida me llevó a ser, felizmente, también muy Elorriaga, y ahora, por escrito, deberé recordar a los de la Torre.
Lo haré desde lo íntimo, claro, porque es la única manera que sabré hacerlo, seguro que con una mirada personal no me escaparé demasiado de los de la Torre en general, porque lo esencial de una familia se cuela entre los detalles de vida, las acciones y las actitudes de sus miembros, no en sus títulos ni por sus bienes (que tantas veces son males), sobre todo si su línea histórica está tan bien definida, como lo está en este mismo trabajo, gracias a Sergio Robles.
Entonces, empiezo por mi padre, Raúl de la Torre, quien me dio su nombre tal
como se llamó toda su vida. Digo se llamó, porque fue él quien decidió ignorar el orden de su certificado de nacimiento y eligió que lo llamaran siempre por su segundo apelativo descartando el primero, Jerónimo (seguro por razones estéticas), lo que trajo a mi mente infantil algunas confusiones que no pude aclarar con él, porque murió cuando yo tenía siete años. Mucho después entendí que esa era su primera enseñanza de vida: no hay porqué ceñirse demasiado a convenciones impuestas, especialmente cuando de sentirse bien con uno mismo se trata.
Ese ejemplo se confirmó cuando descubrí con asombro -y sin explicaciones- que
quien considero mi segundo padre, Domingo Elorriaga, inolvidable vasco casado con Julia Di Pietro, hermana de mi madre Azucena, en realidad se llamaba Pantaleón, a pesar de lo cual insistió en su afirmación llamando también Domingo a su hijo Mingo, hermano mío más que primo (a quien jamás oí que lo llamaran por su nombre, salvo cuando se casó con la inefable Alicia Alonso, su mujer maravilla), coincidiendo con su querida hermana Cuca, que siempre odió que la llamaran Ana María, como decía que se llamaba su documento de identidad.
Pero papá también me agregó Rufino, nombre de su padre y herencia de familia, para vincularme con una historia que también debía conocer (y fui conociendo, lentamente), porque una cosa son las convenciones olvidables y otras las realidades genéticas ineludibles.
Y yo -no sé si por modestia o por disimulo- me he borrado siempre Rufino como
apelativo usual, tal vez para desentenderme de una historia familiar que los primos de papá (Hortensia, Ana María, Manuel) revivían para mí, desde los viajes entre el casco de la estancia y el pueblo protegidos por peones a caballo que defendían el carruaje de los ‘tigres’, que por entonces abundaban (no sé si serían jaguares, gatos monteses, pumas, o los tres) o las visitas cotidianas de la madre de Rivadavia (que no sé si no está enterrada en Zárate), y las caminatas de Sarmiento cuando llegaba hasta la quinta Jovita, -hoy museo que me invita a recordar-, y lo pintaban tan bien que yo podía verlo al sanjuanino subir la barranca desde su isla con su cara seria de Enrique Muiño, trayendo de regalo el bastón de nautilus que me mostraba orgulloso mi tío Manuel, ‘Manuelito’, como la familia lo llamó hasta sus casi 90 años (de paso, ya nadie me llama Raulito, como me llamaban los de la Torre, ni ‘Ruso’, como dejaron de llamarme todos apenas empecé a hacer cine, vaya a saber por qué, y aún lo extraño).Manuel también recordaba algún pariente que peleó contra Rosas, los ingleses de las invasiones detenidos en el campo (y mostraba el fusil) nombraba algún guerrero del Paraguay (que creo venía por su línea paterna, no la mía), y no dejaba de mencionar que la tumba del brigadier general Miguel Estanislao Soler es la primera a la derecha entrando a la Recoleta, como si por el lejano vínculo alguno de nosotros hubiésemos participado en batallas de sus Pardos y Morenos, o siendo laderos de San Martín en la Independencia o dirigiendo con él la provincia, cuando fue gobernador de Buenos Aires.
Pero sí fue para mí saberme lejano pariente de Borges cuando trabajé con él, y
recuerdo anécdotas divertidas al respecto que alguna vez contaré. Y volviendo a Manuel me gusta recordar cómo revivía en su mirada el canto de los alumnos de las escuelas de Zárate en la punta de la barranca, justo entre los dos jarrones de cemento que mi tío Rufino pintó de azul y blanco en los últimos días de su vida, cuando el sol (o el ya olvidado febo) asomaba cada 25 de Mayo hace tantos años que ni él se acordaba, tal vez apurado por exhibir su único orgullo personal (después de una vida de responsabilidades públicas): el prestigio que supo tener cuando era llamado de todas partes -¡hasta desde Entre Ríos!- como juez inapelable en las más importantes riñas de gallos de la región.
Querido tío que me indicaba la silla donde había estado sentado Raúl mi padre
cuando, después de alguna de sus operaciones había dicho sonriente: “Todavía hay soga
en el lazo…” desdramatizando una enfermedad que sabía terminal, y con eso me hacía recordar la estoica naturalidad con que enfrentó lo inevitable, sin una queja, sin una mala mirada “No, tengo un puntito que no quiere cerrar,” recuerdo claramente que le decía a alguien mientas se tocaba la cintura.
El mismo tío Manuel que otra vez, a sus casi noventa años, se disculpó por
dejarme con sus hermanas un día que anduve por ahí, porque (me dijo en un aparte, con sonrisa entre pícara y orgullosa) “¿Sabés, Raulito? Aunque no lo creas, me tengo que ir… por un asunto de polleras.” Y era tiernamente cierto, como lo pude saber mucho después, aunque no viene al caso (es que no se trata de querer sino de cómo uno quiere, para ser querido).
También Luisa y Juana, las hermanas de papá -a veces Julio, su hermano, padre de Nuro y la dulce Rosita- me hablaban del escape de su abuelo Rufino a Montevideo con toda la familia, perseguidos por Rosas porque le había dado animales a Lavalle y tener un hermano que peleó contra él, y de cómo los recogió en medio del río una fragata francesa, de las que bloqueaba Buenos Aires, y cómo fueron recibidos por sus parientes los Haedo en su estancia de Barra San Juan.Mi primo el Negro de la Torre (o Miguel, como su padre), también alguna vez me habló de nuestra descendencia de Irala, el adelantado que en Paraguay se casó con una princesita india y parece que dio origen de todo nuestro mestizaje surero, línea que nos emparentaba con Victoria Ocampo, entre tantos otros personajes del siglo XIX, y eso me recordó alguna frase de mamá que yo no entendía demasiado: “vos tenés una gota de sangre india” me decía con aire orgulloso. Y se me aparecen las sonrisas de Titina su hermana en mis pocas pero recordadas apariciones por el Montecito, siempre tan bien recibido, y nuestras ocasionales charlas de colectivo en nuestras vueltas desde
Buenos Aires.
Yito de la Torre –él también Rufino como su padre, mi tío- que con sus hermanas me vendió hace más de veinte años la casa de la barranca que habité hasta hace poco, me regaló, además de su cálida amistad, tantas fotos de la familia, que me fueron imponiendo retazos de una historia que estoy muy lejos de conocer completa aunque, pensándolo desde mi ahora, siempre de alguna manera he asumido.Volviendo a papá y a lo esencial de las relaciones humanas, su segunda enseñanza de vida, que entendí aún más tarde que la primera, es que amor y edad no tienen nada que ver, a pesar de la convención, basada hasta en razones biológicas y científicas (como si la ciencia pudiese definir el amor) que las edades de los enamorados deben ser próximas (como si las matemáticas tuvieran algo que ver con los sentimientos).
Y tuvo que ser mamá, que se casó con papá cuando tenía 20 años y él 48 -diferencia mucho mayor que la actual si se tiene en cuenta que ambos murieron, en poética coincidencia, a sus idénticos 56 años de edad- quien me demostró durante toda su vida que este prejuicio no sólo no era cierto, sino que el amor tampoco tiene que ver con la convivencia, ni siquiera con la vida física del ser amado. Porque ella, a pesar de ser, según todos me han dicho, una viuda joven y
atractiva, no sólo jamás se volvió a casar, sino que jamás se supo (o no supe) de alguna otra relación siquiera medianamente estable hasta el día de su muerte. Y su manera de demostrarme éste su amor intacto y a la vez afirmar con él mi autoestima cada vez que lo merecía (o tal vez me hacía falta), era decirme: “sos igual a tu padre,” como el mejor halago. Y me recordaba, de paso, la calidad de mi padre.Esta enseñanza ejemplar que me mostró -desde siempre y con hechos precisos y vividos- que el amor es algo mucho más misterioso, interesante y notable que cualquier definición teórica, es lo que me ha permitido ser yo mismo frente a las tantas circunstancias contradictorias que, como todos, he debido enfrentar y a veces, sobrellevar.
Y releyendo la historia familiar, veo que vivir la vida como a uno se le da
realmente la gana, mientras no moleste demasiado a los demás, y a la vez intente vivir lo mejor posible lo que uno cree que debe hacer, cierto o equivocado, ha sido una constante de los de la Torre. Y seguramente de tantos más.Siento también como partes integrantes de la familia la sobria seriedad de mi padre, su paciencia interesada cuando me ayudaba a aprender a leer con los titulares de los diarios o me daba papeles impecables de su escritorio para que yo dibujara mis aviones y mis soldados, su prudente cariño cuando me pelaba cuidadosamente cada uva y la abría para quitar las semillas antes que las comiera (jamás volví a probar manjar tan exquisito), o cuando abría las puertas corredizas del dormitorio para que yo descubriera líneas que me parecían interminables de aviones, camiones, hangares y soldados muy ordenados en el piso para que yo jugara, otras veces algún robot a cuerda que caminaba solo, o un auto que cuando se pronunciaba su nombre cerca, andaba.Como también siento como parte del carácter familiar su impositiva severidad cuando me mandaba –ahora sé que para afirmar mi propio carácter- a comprar su cuajada a una lechería de Roca y Ameghino (vivíamos en los altos de Ituzaingó, al lado
del Coliseo) cosa que increíblemente hacía (tendría seis años), tal vez muy a pesar mío, porque aún me recuerdo caminando por una ciudad que me parecía inmensa, recordando explicaciones verbales para ir, mientras analizaba y retenía cada detalle para volver.Y no sólo, también recuerdo su orden inapelable cuando, cumplido con éxito el pedido, me obligaba a volver a buscar algún vuelto que no me habían dado o había olvidado, y me recuerdo a mí mismo levantando mi brazo entre polleras inmensas que tapaban el mostrador para que me vieran. No sé si porque mi madre me lo contó después, pero puedo recordar aún hoy la cara pícara de mi padre, escondido para espiar mis caminatas. Estos aprendizajes también los adjunto a la línea de familia, porque algo le trasmitieron mis abuelos a mi padre para que yo también enseñara a mis hijos a subir y bajar escaleras cuando gateaban, a caminar solos hasta la casa cuando bajaban del ómnibus escolar (y yo como mi padre, o su madre mi mujer, reíamos desde el balcón cuando se detenían en seco antes de cruzar la boca de un garage, como me reí de verdad cuando a sus seis años Silvana mi hija le demostró a una amiguita -compañera de jardín- cómo se viajaba en subte, para lo que tuvieron que caminar casi siete cuadras (cruzando calles) hasta una boca de subterráneo, tomar el subte hasta Constitución, bajar y no poder volver porque había olvidado que también tenían que pasar el molinete de vuelta, pedirle dinero a un policía (que le dio) y volver encantada, sana y salva con
su amiga a contarme su aventura (que aterrorizó a la madre de la nena cuando se enteró).O entregarles las llaves del auto que yo les había regalado en Zárate y pedirles que volvieran solos a Buenos Aires, como alguna vez había hecho yo con ellos (y había volcado, por un defecto de mi primer auto) y ellos lo hicieron sin problemas, y hasta hoy no han tenido un solo accidente.Nada de esto hubiese gozado mis hijos sin aquella severidad de mi padre (seguramente familiar), que siempre me montaba en caballos altos cuando íbamos al campo, y la tranquilidad con la que me levantó y me sentó de nuevo en la silla cuando
me caí por única vez (aún recuerdo que el suelo no llegaba nunca, mientras caía), y su sonriente frase posterior: “el gaucho que no se ha caído del caballo no sabe montar”, me dijo, y yo ya no me sentí caído, sino creciendo, como después me he sentido en las tantas caídas que, también como todos, he debido sufrir a lo largo de mi vida. Tanto crecí cuando, helado del susto, seguía su sobria y asombrosa tranquilidad cuando curaba el dedo que mi madre se abrió con el hachita cortando leña para el fuego, casi al lado mío. “Mantené la mano levantada,” es lo único que dijo mientras la curaba, y me asombraron sus maniobras (entonces ignoraba que a la muerte de su padre él debió abandonar medicina para hacerse cargo del campo y sus hermanos) y aún me acuerdo de
la mirada de mi madre, fija en los ojos de él, olvidada de su dolor Cuando, después de su muerte y ocurridas otras serias situaciones también familiares y desplazamientos por la provincia fui a vivir solo a Buenos Aires (a los catorce años), supe que también aquellas aperturas de mi padre tenían el permiso de mi
madre, y esa fue la tercer enseñanza de vida (de ambos): lo único importante que uno puede dejar de herencia a los hijos es la confianza en sí mismos.
Y tantas, tantas otras cosas que podría recordar... Por ejemplo, y como ejemplo, mi recuerdo del inefable ‘Barón’ de la Torre -Estanislao, como su padre y ‘Lalo’ para sus camaradas de la marina- que, vaya a saber por qué, a pesar que nuestra diferencia de edad era mucha, y que muy pocas veces compartimos reuniones familiares o alguna rueda de charla informal en el Náutico, cada vez que me veía me halagaba con su preferencia frente a todos: “éste es mi pollo,” decía sonriente. Y durante años, nuestro diálogo no fue más allá de esas expresiones casuales, pero las anécdotas de su vida siempre aumentaron mi afecto: tocaba el clarinete de oído, muy bien según decía Virgilio Expósito “y como no sabe, hace lo más difícil, que es frasear con la boca en vez de las llaves” explicaba. Eso no lo entiendo hasta hoy, pero sí habla de una condición familiar de relación con la música. Porque también papá tocaba piano
y guitarra de oído –guitarreaba con Edelmiro J. Farrell cuando éste era jefe del distrito militar de Zárate- y mamá me enseñó a tocar los primeros acordes de un estilo que él había compuestoY mi primer trabajo camino al cine fue hacer jingles sin saber música con músicos (Roberto Lar, Baby López Fürst, y después, un cortometraje que fue a Mar del Plata y luego documentales industriales que me llevaron a Europa los hice sobre música, sin palabras, y por esa condición familiar pude elaborar un film que invitó el Festival de Venecia, sobre una banda musical y con sólo dos palabras que se oían en 90 minutos.
Barón se hizo respetar por su honestidad con él mismo, al preferir ser fiel a sus
aventuras amorosas más que su carrera, cuando se separó de la hija de un almirante, lo que seguramente lo hubiese llevado al almirantazgo. Y también por cosas más serias, que supe en un casamiento familiar, en el mismo inicio del “proceso de reorganización nacional”, cuando le contaba al entonces jefe del arsenal historias de Barón como aviador militar, contadas por un capitán de Aerolíneas que me llamó a la cabina para preguntarme si yo era algo de ‘Lalo’, cuentos que iban desde pasar bajo puentes bajosen Estados Unidos con los primeros reactores A4 que fue a probar y traer (y los líos consiguientes), o comandar tropa en tierra dando órdenes con los movimientos de su helicóptero, hasta ser el único jefe de vuelo del portaaviones Independencia al que se le
permitía volar borracho. Pero lo importante ocurrió cuando el jefe habló.
El uniformado, serio, me confió que ‘la fuerza’ le había ofrecido la intendencia de Zárate, pero que él no la había aceptado: “tengo demasiados amigos en Zárate,” dice que dijo, lo que pintaba su honestidad de cuerpo entero. Y esa calidad humana y familiar llegó a beneficiarme, porque caída la dictadura, la marina lo convocó nada menos que para ser su jefe de prensa, probablemente por ser uno de los poquísimos que nada podían temer frente al periodismo de entonces, después de lo ocurrido Entonces, siendo jefe de prensa, le pedí un submarino para que actuara en un film mío que hablaba de los nazis que desembarcaron en cantidad al final de la guerra. Y me lo consiguió de inmediato, con todo lo que eso significa. Y éste recuerdo lo enlazo con lo último que quiero decir de mi familia, coincidiendo con lo escrito por Sergio Daniel Robles aquí mismo.
Los de la Torre y la política
Es cierto, tal como dice la nota histórica, no debe olvidarse que la familia de la
Torre tuvo directa incidencia en la política zarateña en los finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX.Pero además es muy importante recordar que precisamente es en período que se diseñaron y construyeron los frigoríficos Smithfield y Anglo y la fábrica de papel Celulosa Argentina, más el Arsenal de Artillería de Marina y sus puertos, entre otras obras creadoras de fortísimo poder económico, a la par de tanta obra social y cultural que acompañó el crecimiento, y Zárate se constituyó en uno de los lugares más
adelantados de un país que progresaba hasta colocarse entre los primeros del
mundo. Los zarateños no debemos olvidar el significado fundamental de esas obras que hoy, aún destruidas, envejecidas o desactualizadas, tienen otra importancia que las que le siguieron y hoy rodean (bienvenidas) la ciudad. Porque aquellas obras de alta ingeniería pudieron construirse muy pocos años después que Juan Bautista Alberdi hubiese escrito con franqueza que no había obreros argentinos capaces de manejar una máquina a vapor, que -señalaba- cualquier obrero inglés operaba entonces sin dificultades.
Fue la educación pública, laica, gratuita y obligatoria de la inmensa ley 1420
la que pudo reunir y capacitar la enorme población extranjera, que llegó a este pueblo a trabajar traída por una hoy increíble concepción de país, y la ayudó a mezclarse sin prejuicio en trabajos y familias con la nativa.Y esa fuerza unida no sólo levantó esas industrias y las hizo producir sino –y muy especialmente- fundó la ciudad de Zárate como la conocemos hoy, dejando además de sus vidas y trabajos, la semilla fundamental: sus hijos, nietos y tataranietos con sus nombres y sus apellidos, raíz genética de nuestra abierta sociedad. A partir del trabajo y la educación de esos años nuestros abuelos y abuelas (o bisabuelos o tatarabuelos) levantaron los clubes, los cuatro teatros que funcionaban con
sus propias orquestas y directores, abrieron cines y fabricaron el papel dominaron las linotipos de los diarios que aquí se leían y las revistas que se publicaban, levantaron iglesias, templos y sinagogas, fundaron bibliotecas y construyeron escuelas, barrios y hospitales, entre tantas otras maravillas.
Siguiendo con lo familiar, recuerdo que el primer impulsor y director del
Hospital de Zárate fue también un de la Torre, Horacio, médico y legislador que además diseñó la ley que creó el Ministerio de Salud Pública, personaje determinante en mi vida porque (mamá me lo recordó toda la vida) cuando desde la imponencia de su altura (que aún recuerdo) vio mis dibujos infantiles, dijo la frase que impulsaría mi vida: “a éste chico hay que darle los mejores profesores,” Y contra los vientos y las mareas, así ocurrió. Y vuelvo a lo general. Contar que la familia de la Torre hizo su aporte, junto a tantos otros, para que el pueblo todo alcanzara esa fuerza técnica, cultural y humana no
intenta ni podría ser una exaltación de alcurnia vana.Fue mi obligación, aprovechando éstos esbozos familiares, unir al recuerdo de las actuaciones políticas y administrativas de mis parientes el recuerdo de la fuerza impulsora que desde aquellos tiempos nos hizo posible y cotidiano convivir con la cultura, con los sueños, con las aspiraciones, con los hermanos Expósito, con los
hermanos Berón, con los teléfonos automáticos, con el macadán, con los que dominaron cuanta maravilla técnica les pusieron por delante, con Fernando Ochoa, con los retratos al carbón que Luisito Terrens hizo a tantos de nuestros cotidianos contemporáneos (¿quién los tendrá?) o los cuadros de Buscaglia, tío de Santiaguito Deprati, recordando el río, con las primeras miradas a la pintura ayudado por la madre de Nenín Safontás, también parienta, o con los cuadros maravillosos de la profesora María de los Santos, con las aguas corrientes, con la Cooperativa Eléctrica, con Enrique Mario Francini, con los grandes médicos que debemos emular, con las normas urbanísticas, con Pontier, con Stampone, con el maestro Ehler (que después musicalizó tantas películas del cine nacional), con las escuelas, con aquellas maestras y profesores que exigían cumplimiento a sus alumnos con su ejemplo y su empeño, con los autos, con los ómnibus de los Cracco, con las bicicletas y las casas construidas para siempre, y con
tantos otros personajes, maestros de oficios y maestros de vida, como los carpinteros, albañiles, farmacéuticos, obreros, quinteros, honorables servidores públicos, ingenieros, verduleros, carniceros, barrenderos, porteros, mecánicos, sombrereros, deportistas y tantos más que, haciendo muy bien su trabajo, lograron que Zárate fuera lo que llegó a ser cuando Argentina jugaba en primera, y que, de comprenderlo y decidirlo, aún puede ser y superarse largamente, a pesar de todo. Sólo necesitamos, juntos, ponernos metas audaces y ‘actitud’ para ganar el partido.
Tengamos el nombre y apellido que nos haya caído. ¡Vamos Zárate todavía!
Raúl de la Torre