Da un portazo y como si el viento la arrastrara, Dalmira camina sin prisa por un callejón. No quiere mirar hacia atrás. En esa casa queda su vida.Habla sola y recuerda un día...Un amanecer silencioso, el crujir de una puerta en la soledad de su casa; la lluvia que cae sobre las chapas y aquella figura que se refleja en la pared. Su respiración contenida, el grito ahogado y esa sombra que se acerca hasta atraparla. Las sábanas se retuercen como sogas hasta sangrar. Otra vez sola, con su secreto y su delirio.Siempre camina, con ella va su pobreza, solo lleva una bolsa en donde acomoda unos trapos de lana. Una y otra vez los acaricia y llora. En cada gemido arranca una parte de sus entrañas.No quiere que su historia se repita. Camina rumbo al pueblo por un atajo escondiendo su inocencia. Le resulta difícil vivir sola y enfrentar un cambio inesperado.Llega al pueblo, recorre sus calles mirando una a una las casas. Busca algo en particular, pero cada ladrillo no da respuesta a su decisión.Nadie repara en Dalmira, la mujer niña que habla sola. La que camina unas cuadras, mira esa bolsa y acomoda los trapos de lana.Elige una casa, no es bonita, pero conoce a quienes viven en ella. Deja la bolsa en la puerta, toca timbre y corre por la calle.El llanto de un bebé la detiene. Quiere regresar y su cuerpo no le responde. Llora sin consuelo, sabe que su bebé tendrá una familia. La puerta de la casa se abre, una mujer lo toma en brazos.Entonces corre, maldice su suerte, su vida y tiene la certeza de que su bebé tendrá otro destino.Dalmira ya no tiene nada…Cruza la calle, unos bocinazos la detienen.Un golpe seco se hace eco en el pueblo.
MARÍA CRISTINA PALERMO(www.ElBauldelasPalabras.com)