jueves, 7 de agosto de 2008

DE CRÍTICA DIGITAL


Otra investigación exclusiva del detective de la cultura
La increíble aventura de la primera edición del Martín Fierro
La venta en 94.000 pesos de un ejemplar del año 1872 del clásico de José Hernández disparó la pregunta: ¿cuántos son y dónde están los otros libros de esa tirada? Increíbles revelaciones y descubrimientos.

Roka Valbuena

El señor H es una imponente mayúscula, con piernas y pelo blanco, que ronda los ochenta años y colecciona libros. El señor H, que no puede tener más letras porque es una mayúscula reservada, a las diez de la mañana del martes 28 de julio, unas horas antes de que adquiriera un trozo de la historia argentina, abrió un ojo. Con toda seguridad fue el gesto más barato que realizó ese día. Once horas más tarde el señor H puso una firma sobre un papel y terminó su día derrochando literatura. A las ocho y media de la noche, en una subasta que se realizó en Casa Saráchaga, en pleno Recoleta, y con sus dos ojos totalmente abiertos, el señor H compró un solo libro por 94.000 pesos. Luego tomó un taxi y se perdió en la noche. Él, H, había adquirido el que se supone es el libro más valioso de la República Argentina: un ejemplar de la primera edición del Martín Fierro de José Hernández fechada el año 1872. El libro, elaborado por Imprenta La Pampa y que provino de la colección privada del ingeniero Filloy Day –el hombre falleció, tras lo cual sus herederos pusieron su biblioteca a la venta– agrega a su valor intrínseco detalles que estremecen a un coleccionista: en cinco páginas del ejemplar, el autor, el legendario José Hernández, corrige a puño y letra, con tinta colorada, unas palabras. Por ejemplo, en la página 19, línea 15, la mano docta de José tacha la expresión “al” y pone ahí al lado la expresión “la”. O bien, en la página 39, acorta un verbo y así a “pasaba” le tacha dos letras y lo deja en presente: “pasa”. E incluso, en la página 47, José se vuelve un corrector impredecible y tacha un “monte” y lo cambia por un “mandé”. Este tipo de cosas, cada mínima aparición de la tinta colorada, por ejemplo ese “monte” destruido, al coleccionista le agrega un valor imposible de medir. Y a eso se suman ciertos detalles suntuosos como el lomo con títulos dorados o la cubierta en papel barrilete crema claro o, en fin, esas excentricidades que excitan a estas personas que compran libros originales. Y por eso allí estaba el señor H. El hombre que no colecciona cualquier libro.Ese día el señor H se sentó en la última fila. Ahí un francés de modales suaves, Rupert, susurró: “Llegó H”. Sucede que este coleccionista es, dicen, uno de los coleccionistas de libros más grandes del mundo. El señor H, a juicio de Rupert, es un león. Y así fue en el remate. El libro tenía un precio base de 60.000 pesos. Al comienzo unos cachorros pugnaron el precio e iban subiendo de 60 a 70 mil, a 75 mil, a 80 mil. Ahí el león H, con un gesto de cabeza casi imperceptible, entró a la pelea y disparó el precio. Se lo llevó con facilidad por la citada cifra de 94.000 pesos. Después de la contienda una corte de coleccionistas lo rodearon admirados. H los aleccionaba: “El libro vale más. Pensé que iba a ser más difícil la venta”. Otro dijo: “Oiga, H, parece que esta primera edición constaba sólo de casi 100 ejemplares”. “Lo sé”, dijo el señor H. “¿Hay más ejemplares de este libro?”, preguntó uno de ellos. H fue tajante: “Hay”. Lo que no imaginaban esos coleccionistas era que, a un metro de distancia, se encontraba trabajando de incógnito este reportero, una vez más transformado en un detective de la cultura.¿Dónde están? Mire, Pato, ahí está la tasadora del libro”, le dijo esa noche el detective a su compañero de investigación, el joven Pidal. La encararon. La tasadora se llama Cristina Miranda y le pasó el libro a los detectives, quienes, en el acto, notaron el valor. “Fíjese, Pato, pesa mucho”, le dijo con seriedad este reportero a su colega. Y ahí preguntaron: “¿Cuántas copias se hicieron de esta primera edición de El gaucho Martín Fierro?”. Cristina dijo que la primera edición de este libro, en efecto, tuvo un tiraje muy reducido de copias. El libro, destinado a lectores populares, fue manufacturado en papel estrasa, de pésima calidad, para vender en pulperías. Eso hizo que muchas copias se destruyeran con el paso del tiempo. La pregunta era inminente:–¿Cuántos quedan, Cristina?Cristina Miranda dijo que la cifra no es oficial. “Deme un número”, le dijo, hastiado, el investigador. Y Cristina dio esta cifra: “14”. Hay 14 ejemplares en alguna parte. Hay 14 ejemplares que, pese a su elaboración con papel desechable, han sobrevivido 136 años. “Vámonos, Pato, hay trabajo que hacer”, le dijo el detective a su compañero Pidal, quien de inmediato tomó su arma, una máquina fotográfica Nikon D-200, cargada, y se puso de pie. Se inicia, en ese momento, una carrera intelectual para saber en qué parte están todos los sobrevivientes Martín Fierro.La información no es de fácil acceso. Los coleccionistas, portadores de esta clase de datos, semejan una tribu de letrados que se mueven en las sombras. No tienen caras, no tienen nombres, no tienen teléfonos y no dejan rastros o huellas culturales en ninguna librería que pisan. Pero el detective da con Miguel Ávila, anticuario, dueño de “Librería Ávila”. El señor Ávila es encañonado por teléfono y confiesa dónde están algunos ejemplares. Enumera, con temblor en la voz, ejemplares que se ubican en bibliotecas estatales. Cita, con determinación, a la Biblioteca Nacional, a la Biblioteca del Maestro. “Hable con C”, dice luego. “¿Quién es C, Ávila?”, “Digamos que es sólo C... Le será de ayuda”. C también es una mayúscula reservada que colecciona libros y además de eso es un importante anticuario. Se relaciona con la secta de los coleccionistas y alarga el número de ejemplares sobrevivientes: “Hay uno en la Academia de Letras. Hay otro en el Museo José Hernández. Hay dos en Perú, en la Biblioteca Nacional. Otro en Chile”. El detective asiente. Sabe, con certeza, que en Chile hay un ejemplar en la biblioteca estatal de ese país. Luego habla con Gabriela, asistente de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional de Argentina, y el dato es impactante: “Señor”, le dice Gabriela, “acá hay tres originales de la primera edición”. “Los quiero ver”, dice el prepotente detective. Gabriela le pone obstáculos administrativos y le pide que le pase su proyecto de investigación. El detective se ve en la obligación de inventar un percance: él no tiene un proyecto formulado de investigación y sólo ha actuado en base a instintos informativos. “¿Pero usted me confirma que hay tres ejemplares?”, le pregunta a Gabriela. “Eso es seguro. Hay tres ejemplares”. “Es todo, nena”, y el detective cultural se va.Otro ejemplar, le dice otro día una nueva mayúscula connotada, está en Montevideo, en la Biblioteca Nacional de Uruguay. Otro en el Museo Histórico Nacional. El detective habla con el director de ese Museo, Pérez Gollán, quien dice que hay un ejemplar que tienen bajo llave, en un sector de ingreso vedado, porque una vez asaltantes cultos quisieron robarlo y rompieron una puerta. Nos enteramos ya de once ejemplares, el resto, indagamos, pertenecen a particulares. No hemos podido observar los libros estatales y sólo hemos visto el ejemplar de un particular. El que ahora tiene el señor H. Sabemos que llegar a H es casi más complejo que llegar, por ejemplo, a una K gubernamental. Pero un día, por azar, justamente en una casa de remate, el detective pilla al señor H y se le acerca, lo palpa, el señor H se voltea, el detective le estrecha la mano y conversan. H. “El Martín Fierro es igual o más importante que el Quijote”, dice H y el detective, inculto, se sorprende. El señor H tiene una colección de alrededor de 30.000 libros de importante valor histórico. Tiene, entre esas piezas literarias, primeras ediciones de Borges, cartas firmadas por Cristóbal Colón, crónicas coloniales españolas y también, cómo no, libros originales de José Hernández. El señor H luego dice que él nunca ha existido, sólo existen sus libros. Al rato el señor H, sensibilizado por la urgencia del investigador, ilumina todo el panorama: “No son 14 ejemplares los que quedan. La tasadora que le dijo eso es una bestia. Quedan entre 18 y 20 ejemplares de la primera edición”. Repasa, en segundos, todos los sobrevivientes y, a los ya expuestos, agrega las colecciones particulares. “Hay uno en Suiza, en la casa del señor José Gherzi. Otro lo tiene Antonio Carrizo, periodista. Otro lo tiene Raúl Moneta y otro lo tiene el señor Perazza. Más mi aporte, claro”. Los dos restantes se especula que están en Estados Unidos. Uno en la Universidad de Indiana, el otro en la Biblioteca del Instituto John Carter Brown. Hacemos cuenta final (sin contar los ejemplares de Estados Unidos) y da un total de 16 libros. “Me faltan dos”, decimos al señor H. Y H suelta una risa siniestra: “Los tengo yo, señor. Tengo tres originales del Martín Fierro”. Y ahí los ejemplares sobrevivientes de la primera edición del Martín Fierro, editados en 1872, dan 18. Son todos lo que quedan. El detective lanza su cigarrillo, se sube el cuello de su abrigo y se despide del Padrino de los coleccionistas, el hombre que tiene una mayúscula, pero todos los originales que usted quiera.
'