miércoles, 24 de octubre de 2012

SADE-NACIONAL: ROBERTO ALIFANO


LA OTRA INVENCION DE LA SEÑORITA K.

Roberto Alifano

 

¡Ah, de los lejanos días cuando esa gente admirada estaba viva y éramos felices! ¡Qué privilegiados testigos fuimos! Borges cenaba a menudo en casa de Bioy Casares y Silvina Ocampo, sus más entrañables amigos y válidos interlocutores, y no había declaraciones públicas ya que el ámbito era íntimo. Divertidos y polémicos, definitivamente originales y hasta chismosos, esos pares registraban en sus asombrosas memorias o en diarios personales lo que ocurría en esos encuentros. Ya casi sin testigos y con espurios intereses mediantes, la historia se empezó a tergiversar y a elaborar de muy otra manera a como en verdad había sido. Lo que acaba de ocurrir ahora es verdaderamente repudiable.

 En declaraciones hechas en los Estados Unidos, la señorita María Kodama, que se proclama viuda de nuestro genio literario (hoy está debidamente comprobado que su matrimonio no es válido) afirmó, que Bioy Casares era un “traidor”, un “cobarde” y un “desecho humano” por un diario personal publicado hace un par de años y donde Bioy cuenta esas sobremesas que ya forman parte de “una petite histoire de la literatura argentina”. Por supuesto, viniendo de quien viene quizá no es para sorprenderse demasiado, pero creemos que ante tamaña ofensa hacia un auténtico caballero y un escritor excepcional, no podemos callar. Borges también queda mal parado y la ofensa lo salpica de manera inapelable. Nos preguntamos entonces: ¿Cómo pudo ser amigo durante cincuenta y seis años de un personaje tan deleznable como afirma la entrevistada? Alguien que acepta una relación así tampoco es digno de respeto. En fin, es probable que la miopía, que dice padecer la señorita Kodama y no le permite ver a menos de un metro, sea más bien mental; los años no pasan en vano y el tiempo, como dice don Francisco de Quevedo “es un enemigo que mata huyendo”. La mente se reblandece. También es cierto que Bioy Casares fue testigo del destrato que tantas veces esta persona tuvo hacia Borges y eso no se lo perdona.

A partir de su muerte, la verdad de Borges empezó a ser recordada por los que lo conocíamos y, también, por quienes no lo conocían y se tomaban, como siempre ocurre, las indebidas atribuciones. Los muertos se llevan a la tierra no sólo sus grandes secretos, sino también sus cosas minúsculas, sus obviedades o sus monosílabos (Emmanuel Berl escribió alguna vez, ya en sus noventa años: “Es verdad que los muertos son frágiles: hurgamos sus papeles, divulgamos sus secretos, transgredimos su voluntad, pero también vemos de qué regresos fulgurantes son capaces a veces esos seres abolidos”). Queda entonces en nosotros reconstruir aquel mundo maravilloso que dejaron tras de sí Borges, Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Carlos Mastronardi, Manuel Peyrou, José Bianco, Juan José Hernández, Alicia Jurado, Enrique Pezzoni y tantos otros que omitimos injustamente al citar algunos. Nadie es dueño de los muertos, mucho menos de los ilustres.

La señorita Kodama (salvo por los derechos de autor que usufructúa), es ajena al ámbito de la literatura. Pero no puede desconocer que Bioy Casares obtuvo, entre muchos otros, el premio Cervantes, el más importante de nuestra lengua, otorgado por el Rey de España y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, entre tantos otros en diversos países, donde se lo tradujo, se lo leyó y se lo sigue leyendo; además de ser estudiado en muchísimas universidades del planeta por la calidad de la obra literaria que legó a la humanidad.

Como muestra de que lo que se afirma es falso, nos basta con citar estas opiniones de Borges sobre su querido Adolfito: “Se conjetura que no queda lejos la fecha en que la historia no podrá ser escrita por excesos de datos; Gibbon, en el siglo dieciocho, pudo edificar su admirable Decline and fall porque el tiempo, que también se llama olvido, ya había simplificado las cosas. En el caso de Adolfo Bioy Casares, éstas son tantas para mí, que sé que mencionar una sola es omitir un número indefinido, y casi infinito, de otras. Prefiero aventurar un juicio. En una época de escritores caóticos que se vanaglorian de serlo, Bioy es un hombre clásico…” (prólogo al relato Los afanes dictado por Borges para el libro Cuentistas y pintores argentino, Ediciones Gaglianone, 1985).

“Cuando nos conocimos, en 1932, yo lo sentí a Adolfito casi en seguida como un amigo. Él era un joven muy inteligente y de una gran cultura. Es cierto, yo le llevaba más de diez años; en estos casos se supone que el mayor se convierte siempre en maestro del menor. Esto acaso ocurrió al principio, pero luego, cuando empezamos a trabajar juntos, él era en realidad y secretamente el maestro”... (de Conversaciones con Borges, Roberto Alifano (Editorial Atlántida, 1984).

 

Conservamos cintas grabadas para hacer oír a quien quiera, de qué manera Borges se refiere siempre elogiosamente a su amigo y coautor.

 

Hablar así, hacer declaraciones tan denigrantes, es difamar gratuitamente al escritor con quien Borges escribió una parte de su obra; ahora resulta que Borges y Bioy nunca fueron amigos y los libros que escribieron juntos no existen. Son autores de literatura fantástica, es cierto, pero no son capaces de tan increíble acto de magia. La íntima amistad que los unió durante más de cincuenta años fue verdadera, no fue una ficción y, mal que le pese a la señorita María Kodama, aún quedan demasiados testimonios. Por otro lado, las obras que escribieron juntos se siguen editando y alguien cobra esos jugosos derechos de autor que Bioy cedió generosamente en vida para no entrar en ese “Festival del juicios” que vive generando la mencionada señorita. Esos textos, escritos a cuatro manos, Borges no los compartió con su acompañante en los viajes al exterior, con su enfermera, sino con alguien a quien consideraba su par.

Está lejos de nosotros querer enredarnos en una vana y grosera polémica alejada de toda veracidad, pero no podíamos dejar pasar por alto estas declaraciones de la señorita Kodama, publicadas en el diario La Nación el 10 de octubre. Sabemos que todo esto se aquietará y cada cual tendrá lo suyo. Rogamos que cesen ahora estas banalidades que en nada benefician la memoria de nuestros admirados escritores.